-Hola, ¿cómo andas?
-Bien che, feliz Navidad!
-Gracias, igualmente. Pero… ¿quién nació?
Aquel que no pudo nacer en el calor de su hogar ni en el amparo de su pueblo. Aquel que tuvo que nacer en medio de una dura peregrinación. Aquel que tuvo que nacer en la crudeza de un establo. Aquel que -en pañales- tuvo que escaparle a la muerte en el exilio. Circunstancias desgraciadas, injustas, indignas para cualquiera; más aún para la familia de Jesús, José y María.
Quien no conoce la historia completa dirá -racionalmente- que Dios había abandonado a aquella pobre familia. Una familia sencilla y responsable, mansa y diligente. Llena de fe, aquella familia atravesó la adversidad; en caridad y discreción educó a aquel que educaría a la Humanidad en el amor de Dios. Llena de fe, aquella familia atravesó el silencio; en oficio y tradición formó a aquel que reformaría a la Tradición en el amor de Dios. Llena de fe, aquella familia atravesó el tiempo; en perseverancia y paciencia condujo a aquel que conduciría a la Iglesia a anunciar el amor de Dios.
Quienes sufrimos una infancia fría, desamparada, cruda o amenazante.
Quienes sufrimos un duro peregrinar.
Quienes sufrimos circunstancias desgraciadas, injustas o indignas.
Quienes pensamos que Dios nos ha abandonado, ALEGRÉMONOS
!
En este tiempo de Navidad (y en cada natalicio) dejemos de lado a la razón y dejemos que resurja la fe en el verdadero Dios; el Dios que -aún en la amenaza de la adversidad, en la frialdad del silencio y en la dureza del tiempo- contiene a sus niños, inocentes y vulnerables. Elijamos pués, como pilar fundante de toda familia cristiana, la fe inquebrantable de María y de José.
En este tiempo de Navidad (y en cada natalicio) recurramos a la esperanza de que todos los niños del mundo tienen un potencial divino como el de Jesús de Nazareth. Para guiar a quienes pueden salvar a la humanidad de la mundanidad, sigamos el ejemplo de María y de José: sencillos y responsables, mansos y diligentes.
En este tiempo de Navidad (y en cada natalicio) confiemos en la caridad divina: Dios no dejó solo al mundo; aún habiéndolo ofendido, defraudado y deshonrado le envió al Mesías. Confiemos en que nos sigue enviando niños divinos. Para que no pierdan su divinidad cuidémoslos bajo el manto de María y la providencia de José, educándolos en caridad y discreción; formándolos en oficio y tradición; conduciéndolos en perseverancia y paciencia.
Quienes somos responsables de los niños -padres, familiares, maestros- estamos obligados, por nobleza cristiana, a buscar la santidad de María y de José. Así podremos preparar a quienes van a seguir los pasos de Jesús.
El Nazareno.
Quien durante generaciones tuvo que prepararse para nacer en una vida paradójica, donde siendo rey se hizo pueblo, siendo rico se hizo pobre, siendo Todo se hizo parte.
Quien durante años tuvo que prepararse para una vida de choque, donde siendo sabio abogó por el humilde, siendo profeta desenvainó su palabra, siendo santo oró contra el demonio.
Quien durante años tuvo que prepararse para una vida de misericordia, donde siendo juez perdonó al arrepentido, siendo médico sanó al creyente, siendo pan alimentó a sus fieles.
Quien durante años tuvo que prepararse para una vida de entrega, donde siendo Cristo se hizo Iglesia, siendo pleno se compartió, siendo sacerdote se inmoló.
Quien durante años tuvo que prepararse para una vida de humillación, donde siendo impecable fue blasfemado, siendo templo fue profanado, siendo mesías fue crucificado.
-Faaa, demasiado. Pero ... en síntesis, ¿Quién nació?
Aquel que hace más de dos mil años inaguró la fusión de Dios con los Hombres. Aquel que hoy nace en cada niño. Aquel que ayer, hoy y siempre golpea las puertas de nuestro corazón.
Feliz Navidad!